Sandokán era «alto, esbelto, de fuerte musculatura, con rasgos enérgicos, varoniles, fieros y de una extraña belleza». Salgari, en cambio, medía poco más de uno cincuenta, aunque aprendió esgrima y se batió en duelo. Sandokán recorrió los mares de Malasia, mientras Salgari, amarrado a su coja mesita de trabajo, jamás pisó un prao. El «padre de los héroes» se proyectó en ellos jugando a los piratas en sus libros. Años después Cesare Pavese le dedicaba un nostálgico recuerdo: «¡Cuánto tiempo ha pasado desde que jugaba a los piratas malayos...! Otros días, otros juegos, otras sacudidas de la sangre frente a rivales más evasivos: los pensamientos y los sueños...»